EL ASCO DE SER ESPAÑOL
Decía Albert Pla hace unos días que le da asco ser español. Y como este país nuestro está lleno de
gilipollas se armado un revuelo considerable. Es verdad que a continuación
añadió alguna estupidez acerca de la enseñanza obligatoria del catalán en
Gijón, pero es fácilmente comprensible desde la perspectiva de alguien que
busca hacer algo de ruido para promocionarse un poco.
No sigo de cerca la
trayectoria de Pla y aunque no me cae especialmente bien (ni mal tampoco) sí
profeso cierta simpatía por él en virtud de su papel de bufón, en la mejor y
más respetable acepción del término, la de mosca cojonera del poderoso, la de
aquel que desde la sátira y el ridículo le lanza al tirano a la cara sus
propias miserias tan bien envueltas que, en ocasiones, este le da las gracias
al recibir sus inmundicias sin reconocer lo que realmente le entregan.
Pues bien, en este caso no
puedo coincidir más con el sentimiento del ciudadano Pla. A mí también me da
asco ser español de un tiempo a esta parte. Me da asco vivir en este país de
mierda en el que pasa todo lo que está pasando y a pesar de todo lo que pasa,
no pasa nada.
Me da asco ser de un país
en el que se salva bancos con miles de millones de euros que , en realidad, son
de unos ciudadanos a los que, desgraciadamente, nadie va a salvar; me da asco
ser de un país en el que los mismos ineptos que han hundido el sistema
financiero se suben impúdicamente el sueldo; un país en el que la jefa suprema
de una caja de ahorros expulsada por su nefasta, negligente y dolosa actuación
pretende irse con una indemnización millonaria y se apunta a cobrar el paro; un
país en el que el yernísimo ha delinquido a conciencia (y la hijísima va a ser
que también) y ahí esta descojonándose de todos los ciudadanos en no sé cuántos
consejos de administración, viviendo mejor que el 99,9% de los españoles
honrados; un país en el que el jefe del Estado se lesiona mientras caza
elefantes (a tropecientos mil euros el paquidermo) con su churri en el África
tropical; un país en el que el presidente del gobierno miente y aunque se le
evidencie da igual; un país en el que se cuentan milongas sobre indemnizaciones
diferidas y quién las cuenta no tiene que irse a su puta casa avergonzada por
el abucheo general; un país en el que se desmantelan los servicios sociales,
pero mantiene miles de asesores nombrados a dedo (muchos de ellos sin mérito ni
valía algunos) y un porrón de coches oficiales; un país en el que el ministro
de educación va dando palos de ciego y al que Europa deja con el culo al aire;
un país en el que ese mismo ministro mete recortes salvajes al sistema
educativo pero que sigue pagando los sueldos de los profesores de religión
nombrados por la Iglesia; un país en el que los sindicatos roban a manos
llenas; un país en el que los jueces deciden que nadie ha tenido la culpa de
uno de los mayores desastres medioambientales que se recuerdan, ni los que
decidieron no llevar un barco que se rompía en dos a puerto cerrado, ni los que
le obligaron a irse al “al quinto pinto” (dijo un alto mandatario literalmente)
para que se rompiera más lejos aumentando así el radio de influencia de la
marea negra, ni el vicepresidente que cínicamente dijo que aquello no
contaminaba, que solo soltaba unos hilillos como de plastilina (¡Coño! Creo que
este ya ha salido aquí antes, ¿no? Ah, sí, ahora es el presidente que miente -y
que está hundiendo el país más aún de lo que ya estaba-); un país en el que hay
dirigentes que en vez de preocuparse de que sus representados no pasen hambre o
tengan trabajo sólo se preocupan de que el hambre la pasen en catalán y las
oficinas de desempleo sólo utilicen este idioma; un país en que el megabanco
surgido de las megacajas y hundido, entre otros, por el supereconomista
arrojado del FMI vuelve a dar beneficios pero no va a devolver a los ciudadanos
ni un euro de los que le dieron; un país en el que al presidente de una
diputación provincial le toca siete veces la lotería y nos lo creemos, y si no
nos lo creemos da igual; un país en el que a pesar de las evidencias de que ha
delinquido, el fiscal se empeña en hacer malabares para que no se impute a una
princesita (esta también ha salido antes aquí); un país en el que, como
colofón, dicen que hay un movimiento de indignación, pero aún no he visto
correr la sangre. ¡Vaya mierda de indignación! Indignación era lo de La
Bastilla en 1789, no esto de las tiendas de campaña con Ipod, Iphone, Ipad y
cualquier otra Imierda que se le ocurra al difunto Jobs; un país en el que con
la que está cayendo aún no le han (no le hemos, me incluyo) roto la cara y el
alma a ningún banquero, a ningún político, a ninguna princesa ni a ningún
infante, a ningún sindicalista; un país en el que no hemos hecho barricadas y
quemado las sedes de los que mueven los hilos; un país en el que los ciudadanos
que sufrimos todo esto somos tan culpables como todos esos capullos que he
mencionado antes por permitirles que nos chuleen y no hacer nada.
Por todo eso, señores, y
por mucho más que no tengo tiempo ni ganas de añadir me da asco ser español. Y
creo que este sentimiento es el único que se puede permitir un buen español,
porque sólo desde el asco y la repugnancia ante todo lo que ocurre se puede
atisbar la pequeña esperanza de que algún día reaccionemos y decidamos cambiar
las cosas. El que no sienta asco no va a mover un dedo. Eso está claro.
El Vehemente.
Etiquetas: 15-m, Albert Pla, asco, banqueros, Cascos, corrupción, Cospedal, España, español, Fabra, Iglesia, indignados, infanta, políticos, Prestige, rajoy, rey, sindicatos, UGT, Urdangarín
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